lunes, 3 de febrero de 2014

Situs y locus


De pequeña imaginaba que mi alma caminaba cuatro pasos por detrás. Cuando cruzaba de blanco en blanco en los semáforos calculaba si a ella le habría dado tiempo a seguirme antes de que los impacientes coches la alcanzaran al ponerse en marcha, y alguna que otra vez habría muerto de quedarse rezagada.

Al crecer mi espectro fue la angustia. Ella flotaba en algún punto indeterminado, no sé si dentro o fuera, pero lejos del momento presente. Desde allí me miraba a mí misma, caminando ajena, como una hormiga que sigue un rastro químico que la guía a no sabe dónde. Desde el nudo de la angustia todo es neblina y pilotos automáticos. Caminar sin saber hacia dónde. No tengo otra opción: mis piernas funcionan. Nunca han dejado de hacerlo, nunca he entrado en crisis, y esa es mi crisis. No puedo fingir que no soy capaz de usarlas porque no quiera hacerlo, porque no me tenga sentido hacerlo. A veces envidio a los inválidos por poder parar su mundo, por no soportarlo más. Debo porque puedo y puedo porque debo, porque soy incapaz de plantearme la vida dejando de caminar. Porque tengo miedo de que la pausa se convierta en un punto de residencia permanente… y ya no sepa cómo volver a andar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario